ÂżTienen animales los filĂłsofos? ÂżSueltan animales por sus escritos? La mayorĂa, ciertamente, no. Algunos sĂ, aunque más bien por despiste. Pero hay unos pocos que, jugándose su profesiĂłn, en el borde dinámico de lo filosĂłfico, allĂ donde no se sabe bien quĂ© territorio se pisa, no dejan de hacerlo; ellos han atravesado la historia de la filosofĂa mediante una horda de animales: bandadas de pájaros, manadas de mamĂferos, bancos de peces, insectos-marabunta. Ahora bien, ÂżquĂ© sĂntoma se desencadenarĂa en el gesto singular de soltar animales o, incluso, de permitir que lleguen, que pisen y dejen huella, tantas veces de manera pasiva o sin pretenderlo? Un dĂa de verano de 1997, ataviado con una camisa escarlata y con un traje tan cano como su pelo, Jacques Derrida dijo en voz alta en el mĂtico Castillo de Cerisy-la-Salle, donde se reunĂa de tanto en tanto con sus amigos: El pensamiento del animal, si lo hay, vuelve a la poesĂa, he ahĂ una tesis. RepitiĂł la frase. AñadiĂł: De eso, por esencia, ha tenido que privarse la filosofĂa. Dijo más cosas. Y luego parece que se fue a celebrar su cumpleaños. Al dĂa siguiente, dicen que todavĂa avergonzado a cuenta de una gata que le habrĂa estado mirando el sexo en el baño, confesaba, pĂşblicamente, su vieja obsesiĂłn: Un bestiario personal, un poco paradisĂaco.
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